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Yo no estoy aquí para convencerte de que cantando se vive más feliz y de que se curan los males, (aunque hay algo de cierto en ello porque la realidad es que después de cantar nos sentimos mejor de ánimo).

Tengo que decir que la pedagogía del canto no se detiene en absoluto en estas cuestiones; solamente tiene en cuenta parámetros técnicos musicales como la afinación, la articulación, la impostación,  la respiración etc…y en esto yo me perdí durante años, debajo de una enorme capa de exigencia, para alcanzar el sonido ‘ideal’, ‘bello’, ‘redondo’ ‘adelante’… metas y más metas.

La técnica es un medio,  una herramienta al servicio del arte.

Y el uso de la técnica debe ir acompañado del hecho de que somos personas, no somos máquinas de fabricar sonidos que además deben de ser o sonar de una determinada manera.

Porque lo más bello de este arte es poder disfrutarlo plenamente, sin tantos juicios, y tantas exigencias que no ayudan a sacar la voz, ni a alcanzar notas agudas, ni ayudan en nada, todo lo contrario; nos quitan el espacio que necesita el aire para poder circular y vibrar y resonar en todo nuestro cuerpo. 

Estos juicios, estas exigencias nos quitan el placer de cantar, y esto puede generar miedo, vergüenza y frustración.

¿Qué imagen tienes de tu voz? ¿Cómo crees que tienes que sonar?.

El mundo es un espacio seguro cuando espontáneamente estamos a gusto con personas que nos miran, nos escuchan y que vemos y escuchamos. Cantar en un espacio seguro significa sentirnos seguros cantando junto con personas que nos miran, nos prestan atención sin juicio. De ese modo se produce la activación del sistema de conexión social, la zona ventral de bienestar : cara, voz, corazón, por donde viaja nuestro nervio vago. Cantando el cuerpo se regula, la respiración es acorde a los latidos del corazón y una sensación de  bienestar nos envuelve.